Madre de edición limitada

I am not a perfect mother, but I am a limited edition

Una mañana, esperando el autobús, compartía banco frío e incómodo con una chica y su hijo, de unos tres años. El niño se hizo daño, no recuerdo cómo, y rompió a llorar. La madre, toda dulzura, le sentó en su regazo murmurándole y le dio un besito “¿Lo ves?, no es nada, ya no duele” y el niño se calmó y sonrió con un lagrimón aún cayéndole por la mejilla. Yo tendría 20 años, pero pensé “Yo quiero ser una madre así.” Sólo recuerdo que la chica iba en vaqueros y llevaba una coleta negra, pero es una de esas ‘personas que’ y le he sonreído mentalmente cada vez que uno de mis Soles se ha hecho pupa

Cuando vivía en Madrid, lo hacía en una manzana con patio interior en la que, cuando se te caía un calcetín tendiendo, tenías excusa para bajar a visitar a la vecina. Desde ese patio llegaban gritos de madres cuyos hijos las iban a matar a disgustos porque no comían, no se lavaban los dientes o se habían manchado la ropa, y me decía “Yo no voy a ser una madre así.”

Mi madre cuenta que cuando me reñía con 4 ó 5 años, yo le decía: “Si tú fueses mi hija, yo no te regañaría.” No sé si pensaba en ser madre o en ser hija, pero me encanta la anécdota (¡una frase célebre casera propia!)

Y ahora que sí soy madre… ¿cómo soy?

Quienes me han acompañado cuando mis hijos eran bebés, siempre han destacado, para mi sorpresa, la dulzura con la que los miraba, les hablaba, les cantaba… Me sorprendía porque no entendía otra forma de hacerlo: me inspiraban tanta ternura (y lo siguen haciendo) que no puedo evitar que se refleje en mí y devolvérsela.

También me dicen que tengo mucha paciencia. Paciencia para jugar con ellos, para esperar los dos minutos que tardan en terminar no sé qué antes de la cena, para dejar que se manchen mientras pintan, para escuchar sus silabeos en la lectura, para esperar a que terminen de ponerse el abrigo cuando tenían dos años… Infinidad de ocasiones en las que me imagino que soy la pequeña y no me gustaba que me metiesen prisa cuando yo no la tenía. En otras soy mayor, consciente de que el aprendizaje o las ganas de hacer algo, requieren su tiempo…

Y sin embargo…

He dado un azote con todas mis ganas al Segundo Sol un día que se hizo pis por séptima vez y me quedé sin pantalones limpios.

Hice que el Primer Sol se duchase y pusiese el pijama solito con tres años por ver otro episodio de La Casa de Mickey Mouse y no avisarme de que había terminado el anterior (su hermano y yo le esperábamos para el baño y, cuando le llamaba, me decía que no había terminado aún). Aunque no descarto que a día de hoy sea tan honorable por este traumático episodio, yo lo tengo grabado a fuego en mi lista de culpabilidades.

El Segundo Sol no se quería tomar el antibiótico y, tras gastar medio bote de amoxicilina y probar chantajes varios, le dejé hora y media llorando en la trona. Cada cinco minutos entraba y le preguntaba si se lo iba a tomar; me decía que lo iba a escupir y yo salía de la cocina (hora y media de sufrimiento mutuo, de desgaste… la voluntad del Segundo Sol no se doblega, se rompe llegados a un punto; tenía que tomárselo y yo no sabía qué hacer) Se lo acabó tomando y yo tuve que contener las lágrimas.

No han comido apenas “potitos”, pero ahora vamos de vez en cuando al McDonald’s, coincidiendo con mis días de mayor pereza maternal. Les he dado el pecho todo lo que he podido, pero les he dejado llorar en la cuna si consideraba que era hora de dormir. Tengo reducción de jornada pero mientras jugamos subo una foto a Instagram y contesto los whatsapp que me llegan. Hago mimitos por las mañanas y por las noches, pero meto un grito si están jugando en vez de lavarse los dientes. Les cuento historias de la mitología griega, la teoría de la evolución o anécdotas de cuando eran pequeños, pero hago que se callen bajo amenaza de iPad cuando llevamos media hora de cena y aún van por el primero.

Pero sólo me considero #malamadre en los términos definidos por el Club, porque a veces nos exigimos imposibles y lo que siempre merece un hijo es una madre feliz y que les quiera. Me derrito de amor cuando contemplo a mis niños risueños, resueltos, cariñosos, curiosos, esforzados, capaces de adaptarse a las situaciones, de ponerse en el lugar de otro, de disfrutar de casi todo… son maravillosos, a pesar de tener una madre imperfecta. Mi madre también lo es, y para mí es la mejor del mundo…

Gota de agua en el cristal con forma de corazón

Y ahora la vida me asciende y, además de mi papel de madre, me da el de madrastra (“pero madrastra buena, ¿eh?”, dijo una vez la Estrella Mayor, intentando que yo no me sintiese herida :) y con mi nueva responsabilidad me surgen miles de dudas, no sé hasta dónde debo llegar, cómo reaccionarán las niñas, el padre, qué pasará si me equivoco… Todo este dilema da para otro post, claro.

¿Y sabéis qué? Son tantas las dudas, los miedos, las variables (Supernova incluida :) que he descubierto que no puedo hacer nada… que sólo puedo ser, irremediablemente, yo misma…

Así que a ellas también les cuento mil historias, las achucho, las cuido, las escucho, cocino con ellas, las llevo al McDonalds cuando toca, les meto rollos sobre mi concepción de la vida y las regaño si no se lavan las manos.

Y ellas me buscan, me abrazan, se ríen, me hacen confidencias y aprietan mi mano. Así que sí, creo que voy camino de ser una madrastra imperfectamente estupenda (al menos, hasta que llegue la adolescencia…)

Me encanta la frase que inspira esta reflexión… es de una lámina que tiene una amiga junto a su espejo. La original reza ‘I am not perfect, but I am a limited edition’ y, junto con ‘Follow your dream’ y la sonrisa que luce, os dará un idea de lo bien que camina por la vida. Gracias, Paula.

Y un beso para todas las madres de edición limitada, que a veces intentamos ser perfectas y para nuestros hijos lo somos…