Érase una vez una madrastra
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Érase una vez una madrastra que pasaba de cuentos.
Cuentos en los que las madrastras son bellas y sin corazón (algunas, a falta de uno propio, quiere conservar el de su hijastra en un cofre), o son mezquinas y maquiavélicas (si se diera el caso de que tus hijas no están a la altura deseada, siempre puedes bajar el listón humillando y empequeñeciendo a la que no es tu hija).
Cuentos en los que sólo alcanzas el título de madrastra si tu reciente marido, roto por el dolor de la pérdida de una esposa y madre maravillosa, busca ciegamente una mujer que la sustituya, en una época en la que, a falta de divorcio, bueno es enviudar si acompaña al guión.
Cuentos en los que los diccionarios se hacen eco del malestar que generan las palabrastras y, a la mera relación familiar, añaden la carga emocional que nos las hace tan antipáticas…
Pues la madrastra de este cuento quiere escribir nuevas historias, con letra bonita y esmerada, e ilustrarlas con personajes reales, dibujados con luces y sombras. Tiene ya cierta experiencia porque antes de pasar las páginas de esta historia fue madre, y ya tuvo que reescribir otros cuentos. Algunos los había escrito ella misma, otros los escribieron para ella…