De pulseras e hijos

Éste es un post de esos improvisados, porque hoy quería escribir sobre el ‘ayudante de mamá’ (se lo debo a Lucía y nobleza obliga :) pero uno de los Soles ha aparecido en casa con esta pulsera y no puedo dejar de darle vueltas…

refugiados

No sé de dónde ha salido, si es parte de una campaña de ACNUR o si la ha perdido alguien que pueda llegar a necesitarla… ahora está en mi escritorio y en mi cabeza…

Se suma a una reflexión que hacía ayer con una amiga, sobre los niños rumanos que entran en las cafeterías con tarjetas de asociaciones de sordomudos. El mío de ayer era un niño moreno, de unos 10 años, aunque es difícil calcular su edad. La escena era la misma según se abría paso entre las mesas y la barra: miradas de rechazo y manos que se alzan en una negativa muda, para descender después a cubrir un teléfono o una cartera a la vista. Finalmente un camarero le acabó echando de malas maneras a Gran Vía, donde supongo que seguiría con su recolección de repudios.

¿Cómo puede ver el mundo un niño que en su corta vida siente constantemente el desprecio de los demás? ¿Qué mal ha cometido para recibir ese castigo día tras día? ¿Y qué grandes gestas han realizado nuestros hijos para que les protejamos hasta del más mínimo desdén de un compañero de juegos? No juzgo a los que como yo estaban en la cafetería, ni como personas ni como sociedad; sólo me pregunto cómo se puede vivir en el rechazo constante de otras personas, y quiero creer que tendrá en algún lugar unos brazos amorosos en los que refugiarse y confiar en el ser humano.

Eran casi las 11 de la mañana, y yo tenía la certeza de que los Soles y las Estrellas estarían a punto de empezar su almuerzo en el recreo, al igual que yo iniciaba el mío en mi trabajo. ¿Tendría madre aquel niño? ¿Estaría ella viendo pasar miradas esquivas o indiferentes, recostada en una esquina con un vaso de plástico a sus pies? ¿Sería consuelo de su hijo al final del día, o le reprocharía no haber conseguido suficiente dinero?

Recuerdo que mientras le daba el pecho al Primer Sol, en mi sillón en penumbra, lloraba algunos días por los bebés que eran abandonados, maltratados, y hubiese deseado amamantarlos a todos… supongo que serían las hormonas, y me esforzaba por apartarlo de mi mente para que mi hijo no tomase «leche triste»… Leche triste…

Los que estamos sentados en la cafetería nos hacemos ecografías mensuales en el embarazo y tomamos ácido fólico, valoramos los pros y los contras de cada tipo de crianza que se enuncia para dar a nuestros hijos lo mejor. No dormimos hasta que sale la lista de admitidos en el cole y tenemos debates sobre si deberes sí o deberes no. Hemos llegado a un nivel de perfeccionamiento tal, que se nos juzga como madres, y evitamos que los niños se traumaticen si alguien les dice que no son los mejores, incluso a costa de acabar insultando al otro.

No sé cómo serán los padres que no se sientan en las cafeterías, sino que avanzan entre la gente pidiendo una moneda o robando de un bolso medio abierto… No me importa si hay una mafia detrás, si realmente podrían vivir de otra manera o si uno hace bien cuando les da dinero… al final me parece incongruente como ser humano que una parte del mundo mime de forma casi enfermiza a sus hijos, mientras otros viven en la miseria económica y emocional…

No sé cómo sería yo, que de tantos valores presumo, si estuviese en su situación…