No sabes qué feliz me haces sabiendo que vuelves a estar aquí, conmigo… Ya sé que estabas aquí; te he sentido pensándome, imaginándome de nuevo, pintando para mí nuevos horizontes, leyéndome… pero hoy estás de verdad aquí, escribiéndome.
Les rogaríamos adjunten al expediente de la creación del vocablo ‘Refamilia’, la inclusión de una salvedad en la primera acepción del verbo ‘Compartir‘:»no conjugable con el complemento directo hijos«. Coincidarán con nosotros en que compartir hijos no es equivalente a repartirlos, dividirlos o distribuirlos. En el primer caso, los hijos se engrandecen y en el segundo menguan.
Suena el despertador, el Cielo murmura algo, me da medio beso y se arrebuja en el edredón. Me levanto de la cama, aún dilucidando si no debería haber solicitado un tiempo de gracia de cinco minutos más, pero ya estoy en el baño, frente a mí, en el espejo.
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Cuento las prendas que llevo sobre el brazo, esperando paciente y decidiendo cuál me pondré primero; sonrío a la dependienta que retira la cortina del probador y la cierra tras mi paso. Dos minutos, tres metros cuadrados, y ya tengo organizados bolso, ropa que traía, ropa que ya veremos si me llevo. Subo la cremallera y tiro de la falda del vestido hacia abajo, pasando las manos por la tela para asegurarme de que no ha quedado ningún pliegue. Levando la vista para ver el resultado final y ahí estoy, frente a mí, en el espejo.
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Semáforo en verde. Espero a que los coches se detengan y cruzo la calle a paso vivo. Camino ‘enmimismada’ observando los pasos de mis zapatos y una ráfaga de viento me distrae. Levanto la vista, giro la cabeza y veo que entre mis zapatos andantes y mi cabeza pensante, el cristal oscuro de un gran edificio de oficinas revela que hay un cuerpo; el reflejo devuelve mi mirada sorprendida, frente a mi, en el espejo.
Cuando uno tiene una Refamilia no sólo se enfrenta a preguntas tipo cómo se mete un bebé en la barriga de su mamá o cómo se apaña el ratón Pérez para enterarse de que se te cae un diente; nosotros hemos debido de dejar de ser padres amateur y nos han pasado a la categoría profesional, porque aquí el elenco de dudas existenciales infantiles roza casi el surrealismo…
Hace mucho que sé que, como otras cosas, el amor perfecto no existe; cada «te quiero» lleva encerrado un «quiero a ti» que no sólo da, sino que pide y, francamente, perfecto o no, creo que está bien así.
Cuando nacieron los Soles pensé que lo había encontrado, que daba todo el amor había en mí (más del que nunca había imaginado que cupiese en un corazón) y no pedía nada a cambio, pero mira, no: he pasado de conformarme con una ‘sonrisa de cantarito satisfecho‘ después de mamar, a pedirles que recojan los juguetes, pongan la mesa, cuelguen sus abrigos, ayuden con la cena y se sienten derechos (madre mía, ¡y el post del Ayudante de Mamá aún sin escribir!) pero me parece que así es un amor bastante perfecto, porque no sólo cuido yo de ellos, sino que les enseño a cuidarse y así nos cuidamos todos. Confío en estar enseñandoles a amar…
El 12 de junio es una fecha un tanto voluble en mi calendario personal…
Comenzó siendo una fecha de boda hace ahora 10 años, en la que el Cometa y yo (¡queda oficialmente así bautizado el padre de los Soles!) formalizamos nuestro proyecto de vida. Celebramos felizmente cinco aniversarios, pasamos por un sexto sin sentido, en mitad del divorcio, y en estos últimos cuatro años rellenando la inefable casilla de ‘separada/divorciada’ en los formularios, meramente dejo que el día pase sin más pretensiones.
El Cometa y yo fuimos amigos varios años antes de que se decidiese a besarme, y a ese beso siguieron seis años de noviazgo, otros seis de matrimonio y dos hijos. En doce años ha habido de todo, como en botica, pero cuando nuestra relación empezó a ir fatal, no supe qué hacer con los recuerdos, que tanto me atormentaban, así que metí en un cajón los luminosos y empecé a hacer recuento de los sombríos (en otro tiempo fui humana ;)
Cuando hacía terapia tras el divorcio y me enfrentaba a varios conflictos diarios con el Cometa (¿cómo es posible que con quien has compartido tantos días en armonía, seas incapaz de estar de acuerdo en nada?), Clara me dijo algo que me dejó en cierta forma marcada y que llevo intentado poner en práctica desde entonces: “Estáis definiendo una nueva relación, ¿quieres que sea una continuación de la anterior o prefieres crear una nueva?” Yo no le vi mucho sentido a dejar de tener una vida en común con alguien y conservar sólo lo peor, así que cada vez que iniciamos una nueva discusión intento vernos en nuestra nueva situación, no perpetrando antiguas guerras ya sin sentido… No siempre lo consigo, lo reconozco, pero prometo que me esmero.
Volvíamos ayer en el coche de un cumpleaños la Estrella Menor, los dos Soles y servidora (la Estrella Mayor estaba con el Cielo en su ensayo de coro). Lo he comentado en alguna ocación, pero cuando falta uno de los cuatro, el equilibiro que tienen montado se rompe, y surgen situaciones nuevas que hay que resolver. El Refamilia-wagen tiene tres filas y seis asientos, y cuando vamos todos juntos suelen sentarse la Estrella Mayor con el Segundo Sol, y la Menor con el Primero; alternan la primera y segunda fila de la parte trasera del coche según un complejo algoritmo refamiliar al que hemos llegado tras muuuucha discusión sobre equidad, justicia y ‘porque yo lo valgo’.
Era ya un poco tarde, y tener que repartir asientos sólo para tres había desencadenado una perorata del Primer Sol, inmerso en un absurdo monólogo sobre el turno anterior y el siguiente. Los demás estabamos en el mismo estado, así que le dejamos desahogar su cansancio, incluso aunque ya llevabamos un rato cada uno en su asiento e íbamos hacia casa…
La Estrella Menor no es especialmente charlatana, pero cuando se decide a hablar no da puntada sin hilo…
-«Lo mejor sería un coche que tuviese una fila de delante con cuatro asientos, así no discutiríamos… No, lo mejor sería un coche con cuatro asientos para conducir y cuatro volantes…«
Vestido de novia palabra de honor de seda natural, con cuerpo de encaje, colección de 2004. Razón aquí.
Una única puesta, cargado de sueños e ilusión. Con garantía, si se acompaña de una sonrisa luminosa, de convertir a su portadora en la más bella por un día.
Mi vestido de novia es precioso… Un día escuché que tienes que elegirlo pensando en que verás las fotos dentro de 20 años y debes seguir viéndote maravillosa. También dicen que sabes que es el tuyo cuando te emocionas al verte con él puesto y tu madre no puede contener las lágrimas en el probador.
Ayer se me saltaron a mí cambiándolo de armario. Aún no sé qué me impulsó a bajar la cremallera de la funda blanca…