divorcio con niños

Situaciones, dudas, miedos, ideas… que hemos vivido, y seguimos viviendo, como divorciados con hijos

De hijos e hijastros. Normas refamiliares

Hijastros

Andan en las últimas semanas las maternidades y no maternidades revueltas por El estado mental de una mujer que no tiene hijos ni intelectualmente los desea. Estos debates están más que resueltos en mi cabeza (tener hijos no es una elección cuando sólo se conoce una de las opciones, la de tu vida contigo; es imposible imaginar todo lo que va a despertar en ti la maternidad), pero me gustaron las respuestas de madres y especialmente la de padres, así como las reflexiones de mi querida Mamá Vintage. Las suyas invitaron a las mías y, entre amigas, ya se sabe, a veces nacen reflexiones nuevas, incluso de mentes estancadas :)

Nosotros los papeles de hijos, madres y padres los tenemos más o menos ensayados y, aunque sobre el escenario la improvisación es habitual, la función diaria suele acabar con buenas críticas. El público general es cada día más exigente y los actores también (el papel de ser motor de la familia, los hijos lo bordan siempre :) pero la mayor parte de los días la crítica nos trata bien y bajamos el telón entre mimos, risas, algún grito y deseos de buenas noches.

Pero una mañana estás en tu camerino, leyendo por encima lo que los guionistas han preparado para ti en el capítulo de hoy, cuando en vez del clásico «Mamá, a escena» de las 7:30, te encuentras con un «Ana, ¿me peinas?» y tu guión comienza a llenarse de páginas en blanco.

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Hijos compartidos

 

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Estimados Académicos,

Les rogaríamos adjunten al expediente de la creación del vocablo ‘Refamilia’, la inclusión de una salvedad en la primera acepción del verbo ‘Compartir‘:»no conjugable con el complemento directo hijos«. Coincidarán con nosotros en que compartir hijos no es equivalente a repartirlos, dividirlos o distribuirlos. En el primer caso, los hijos se engrandecen y en el segundo menguan.

Atentamente,

La Refamilia

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Espejito, espejito mágico…

Suena el despertador, el Cielo murmura algo, me da medio beso y se arrebuja en el edredón. Me levanto de la cama, aún dilucidando si no debería haber solicitado un tiempo de gracia de cinco minutos más, pero ya estoy en el baño, frente a mí, en el espejo.

Cuento las prendas que llevo sobre el brazo, esperando paciente y decidiendo cuál me pondré primero; sonrío a la dependienta que retira la cortina del probador y la cierra tras mi paso. Dos minutos, tres metros cuadrados, y ya tengo organizados bolso, ropa que traía, ropa que ya veremos si me llevo. Subo la cremallera y tiro de la falda del vestido hacia abajo, pasando las manos por la tela para asegurarme de que no ha quedado ningún pliegue. Levando la vista para ver el resultado final y ahí estoy, frente a mí, en el espejo.

Semáforo en verde. Espero a que los coches se detengan y cruzo la calle a paso vivo. Camino ‘enmimismada’ observando los pasos de mis zapatos y una ráfaga de viento me distrae. Levanto la vista, giro la cabeza y veo que entre mis zapatos andantes y mi cabeza pensante, el cristal oscuro de un gran edificio de oficinas revela que hay un cuerpo; el reflejo devuelve mi mirada sorprendida, frente a mi, en el espejo.

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Ganar una persona

«¿Y cómo has vivido tú que ella tuviese un hijo, Juan?»

Así, con la respusta a esta pregunta, la primera refamilia que sin saberlo conocí, me hizo ver el mundo con ojos nuevos.

Si tuviera que definirte con una sola palabra, Juan, no dudaría un instante al elegirla: generoso. En muchísimas cosas, pero especialmente en sonrisas, atención y cariño. Sólo tengo que cerrar los ojos para que mi memoria te invoque, y siempre sonríes y escuchas atentamente (¿ves?, mientras escribo sobre ti has vuelto a hacerlo :)

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Cosas de Refamilia

Cuando uno tiene una Refamilia no sólo se enfrenta a preguntas tipo cómo se mete un bebé en la barriga de su mamá o cómo se apaña el ratón Pérez para enterarse de que se te cae un diente; nosotros hemos debido de dejar de ser padres amateur y nos han pasado a la categoría profesional, porque aquí el elenco de dudas existenciales infantiles roza casi el surrealismo…

La Estrella Mayor me emocionó preguntándome si quería tener nietastros y la Menor nos montó una boda pitufa sin pestañear, pero eso sólo era para ir abriendo la veda, porque hemos tenido nuevas aportaciones.

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Amor propio

Hace mucho que sé que, como otras cosas, el amor perfecto no existe; cada «te quiero» lleva encerrado un «quiero a ti» que no sólo da, sino que pide y, francamente, perfecto o no, creo que está bien así.

Cuando nacieron los Soles pensé que lo había encontrado, que daba todo el amor había en mí (más del que nunca había imaginado que cupiese en un corazón) y no pedía nada a cambio, pero mira, no: he pasado de conformarme con una ‘sonrisa de cantarito satisfecho‘ después de mamar, a pedirles que recojan los juguetes, pongan la mesa, cuelguen sus abrigos, ayuden con la cena y se sienten derechos (madre mía, ¡y el post del Ayudante de Mamá aún sin escribir!) pero me parece que así es un amor bastante perfecto, porque no sólo cuido yo de ellos, sino que les enseño a cuidarse y así nos cuidamos todos. Confío en estar enseñandoles a amar…

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Érase una vez una madrastra

Érase una vez una madrastra que pasaba de cuentos.

Cuentos en los que las madrastras son bellas y sin corazón (algunas, a falta de uno propio, quiere conservar el de su hijastra en un cofre), o son mezquinas y maquiavélicas (si se diera el caso de que tus hijas no están a la altura deseada, siempre puedes bajar el listón humillando y empequeñeciendo a la que no es tu hija).

Cuentos en los que sólo alcanzas el título de madrastra si tu reciente marido, roto por el dolor de la pérdida de una esposa y madre maravillosa, busca ciegamente una mujer que la sustituya, en una época en la que, a falta de divorcio, bueno es enviudar si acompaña al guión.

Cuentos en los que los diccionarios se hacen eco del malestar que generan las palabrastras y, a la mera relación familiar, añaden la carga emocional que nos las hace tan antipáticas…

Pues la madrastra de este cuento quiere escribir nuevas historias, con letra bonita y esmerada, e ilustrarlas con personajes reales, dibujados con luces y sombras. Tiene ya cierta experiencia porque antes de pasar las páginas de esta historia fue madre, y ya tuvo que reescribir otros cuentos. Algunos los había escrito ella misma, otros los escribieron para ella…

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Platos y vasos descabalados

secado portada

Cuando el Cielo y yo nos atrevimos a protagonizar la mayor mudanza de la historia, en una cocina sembrada de cajas, rescatamos dos vajillas, dos cuberterías y dos cristalerías igual de apreciadas por sus respectivos dueños.

Yo aporté mi vajilla de cristal bicolor: los platos llanos son verdes y tienen unas flores rosas que crecen enredándose, así que combiné el resto de platos comprando la mitad rosa y la otra mitad verde, tanto en platos hondos como de postre. El Cielo trajo su vajilla blanca y lisa, de loza sencilla y resistente, con sus platos brillantes e iguales entre sí.

En los platos floreados, yo servía a los niños grandes dosis de imaginación, ingenio y alegría, y comiendo en ellos, los Soles crecieron como hermanos, compartiendo todo. Aprendieron a colocarlos en la mesa, a contar cucharadas y a negociar las últimas.

A las niñas sobre sus platos blancos, el Cielo les ofrecía dedicación y constancia, y las Estrellas se alimentaban valorando el esfuerzo y respetando las formas, esperando a que se los llenasen y saboreando comidas sencillas.

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