Sé lo necesario que es hablar con los niños, de cosas vanas y de cosas importantes, con sinceridad y a su nivel, pero a veces me parece que no sólo es necesario para ellos, sino para mí también. Hace unos días, conduciendo, uno de mis momentos favoritos para charlar de todo y nada (y para soltar rollos, todo sea dicho) les suelto:
“Chicos, voy a seguir trabajando en la Máquina de Caramelos, pero me apetecía hacer cosas nuevas y en vez de continuar en el sitio en que estoy ahora, voy a otro departamento.”
“¿Y te quieres ir, mamá?”
“Sí, pedí yo cambiarme, pero ahora estoy un poco confusa: tengo ganas de hacer cosas nuevas y a la vez me siento triste por dejar a mis compañeros.”
Con las Estrellas esto del divorcio y descasarse no ha estado tan claro como con los Soles, lo que ha supuesto alguna que otra angustia, pero más que nuestra (que también) de las niñas.
Al principio simplemente parecía que la Estrella Mayor no llevaba muy bien que sus padres viviesen en casas diferentes. Si algún niño le preguntaba que a dónde iba cuando su padre la recogía un viernes, lo ignoraba, y era la Estrella Menor la que contestaba “A casa de Papá”.
Un verano, cuando tenía 7 años, estaba jugando en la piscina con una niña más pequeña, y el Cielo, escuchó como le contaba:“Vivo aquí con Papá, porque mis padres están casados pero viven en casas diferentes”.
Como sus padres no vivían juntos desde sus 5 años, la Estrella Mayor suplió lo que no le explicaron con pura lógica: sus padres estaban casados pero no vivían juntos. Tanto se había acomodado en su escudo, que cada vez que el Cielo intentaba explicarles que su madre y él estaban divorciados, ella respondía con rabia, negándolo, ante el desconcierto de la Estrella Menor, que desde que tenía un año llevaba viviendo una realidad de familia divorciada sin haberle puesto etiquetas y con naturalidad, sin pensar en lo que era “normal” o en lo que podría pensar el resto del mundo.